Reconciliación

Todos los días 20 minutos antes de las misas de la mañana y de la tarde estará un sacerdote para confesar. Habitualmente durante la misa de la tarde también habrá un sacerdote confesor.

 

Confesión


Al hilo de las obras de misericordia te presento este sencillo examen de conciencia que te ayudará a conocer lo que el amor de Dios puede hacer todavía en ti si con humildad reconoces tu situación.

Examen de conciencia

Antes de hacerlo haz un acto de contrición, como este:

Jesús, mi Señor y Redentor. Me arrepiento de todos los pecados que he cometido hasta hoy, y me pesa de todo corazón porque con ellos ofendí a Dios. Propongo firmemente no volver a pecar y confío que por tu infinita misericordia me has de conceder el perdón de mis pecados y la reparación de mis culpas. Amén.

1. ¿Soy generoso cuando la Iglesia, u otra situación puntual, reclaman mi ayuda?

2. ¿Visito a las personas que están presas de la depresión, la tristeza, la soledad, la amargura u otras prisiones como la droga, la enfermedad o el rechazo social? ¿Estoy cerca del que sufre?

3. ¿Ayudo en las tareas de la casa para que, los demás, puedan comer y otros descansar de sus trabajos constantes y volcados en lo doméstico?

4. ¿Doy de beber “agua” al que está sediento de palabras, de mi presencia, de un consejo o simplemente de una mirada, consideración, estima o cariño?

5. ¿Procuro vestir al que está desnudo de su fama por la difamación, la injuria o los odios? ¿Defiendo a los que están siendo despojados de su buen hombre o, con mi silencio, hago más severa esa afrenta?

6. ¿Me preocupo por las personas enfermas de mi trabajo, vecinos, o incluso por los que no tengo mucha relación pero les haría un bien visitándoles?

7. ¿Alojo en la casa de mi corazón, de mis ideas y de mi persona a los que andan vagabundos y sin sentido? ¿Soy generoso a la hora de abrir las puertas de mi casa cuando alguien necesita algo?

8. ¿Enseño, desde la sabiduría que Dios me ha dado, a los que tal vez desconocen las oraciones, la fe o la misma esencia de la Iglesia? ¿Callo cuando se pone en jaque todo lo relativo a Dios o a su Iglesia?

9. ¿Aconsejo al que no sabe? ¿Escucho a los demás, sabiendo que muchas veces lo que más necesitan es hablar y ser escuchados?

10. ¿Procuro corregir al que se equivoca o disfruto cuando el prójimo es causa de burla por su ignorancia, ingenuidad, poco espíritu o desconocimiento?

11. ¿Perdono las cosas del pasado sabiendo que agua pasada no mueve molino? ¿Voy pregonando los agravios que otras personas me han hecho? ¿Pongo junto a la cruz las ofensas recibidas para que Dios me haga perdonarlas?

12. ¿Llevo alegría o, por el contrario, presento la cara más amarga de mi existencia? ¿Relativizo situaciones o las agudizo más todavía? ¿Soy bálsamo y sonrisa en el sufrimiento y pesimismo?

13. ¿Cómo llevo los defectos de los demás: los acojo con paciencia, les hago publicidad, caigo en el chismorreo y la crítica destructiva? ¿Aguanto o me desespero cuando veo las debilidades provocadas por los años o la enfermedad tanto en mí como en los que tengo cerca?

14. ¿Soy agradecido con los vivos y con los difuntos? ¿Pido por la salvación de sus almas o caigo en el error de pensar: “no les hace falta oración, ya están salvados”?

15. Finalmente, y ante la misericordia de Dios que es infinita, ¿soy respetuoso con su nombre? ¿Amo su faz humana en las personas que me encuentro? ¿Reservo el domingo y las fiestas de guardar para darle gloria o sólo para enaltecer el ocio o el deporte? ¿Visito, cuido y respeto a los padres o a los hijos o a los nietos? ¿Procuro contener la lengua cuando veo algo que no me gusta y, en todo caso, trato de corregirlo con paciencia y amabilidad? ¿Soy cauto y moderado en todo aquello que me puede llevar a la frivolidad de mi cuerpo, pensamientos, palabras y obras? ¿Defiendo la verdad? ¿Me conformo con lo que tengo o he deseado o robado algo que no me correspondía (respetar las lindes, cuidar las cosas públicas e incluso arreglarlas aunque no me corresponda…)? ¿Soy prudente con las personas y con los bienes que son posesión de otras personas?

Piensa, medita y reza. Y, cuando detectes algo que en tu vida no va bien, no lo dudes: acude al sacerdote, hazle sabedor de tus preocupaciones, defectos y debilidades. Una casa que se resquebraja es bueno ponerla en manos de un buen constructor. Y, nuestra vida espiritual, necesita de ALGUIEN que a través de sus “albañiles” la vaya recuperando, dando fuerza, solidez y fundamento: los sacerdotes. No te conformes con decir “Dios es bueno”. Entre otras cosas porque, normalmente cuando decimos eso, es que hay algún socavón que no nos interesa restaurar cristianamente.

No te olvides de una cosa: no es el sacerdote el que te confiesa, Jesús mismo es quien escucha tu confesión a través del sacerdote. Como en la Eucaristía, el sacerdote es Jesús mismo que acoge, consuela y perdona. Recuerda la parábola del hijo pródigo: el padre sale a buscar a su hijo, lo besa, le viste el mejor traje, le pone un anillo y sandalias. Así actúa Dios en la confesión por medio del sacerdote.

Cuando acabes no dudes en rezar una oración de acción de gracias, como esta:

Te agradezco, Señor, que me hayas perdonado mis pecados. Haz que te ame cada día más y que siempre cumpla tu Voluntad.
Virgen Santísima, intercede por mí y guárdame en la gracia de Dios, como estoy en estos momentos. Cuida mis sentidos y mi corazón hasta mi muerte. Amén.