Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22, 37-40). Ha sido Jesús el que más nos ha amado (y su amor es el amor mismo de Dios Padre y Espíritu Santo). Con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente. Con todo el sentimiento, con toda la voluntad, con toda la cabeza. Nos ha amado totalmente. Ha llevado el mandamiento a cotas inimaginables. Después de Jesús entendemos que el amor verdadero es el que procede de Dios, porque es el amor sincero, sin fronteras, sin medida. No se puede amar más; ha demostrado ser el mejor amigo, cuando en la cruz, entregó su vida para que pudiéramos ser salvos: Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos (Jn 15, 13).
Hoy, al contemplar el corazón atravesado de Cristo por la lanza del soldado, podemos saber que su amor por nosotros le llevó a dar hasta la última gota de su sangre. Nos amó hasta el extremo.
Pero el tema de hoy nos lleva a una pregunta fundamental ¿cómo es mi amor a Dios y al prójimo? ¿Hasta dónde soy capaz de amar? Muchas veces decimos ‘hasta aquí’, ‘esto no lo paso, no lo consiento’, ‘esto no lo puedo perdonar’…, y cosas semejantes; o vemos las ingratitudes a su amor, la falta de correspondencia a su entrega en la cruz, el olvido de Dios… Os recuerdo la frase con la que concluía ayer: El Sagrado Corazón es una fuente inagotable, que no desea otra cosa que derramarse en el corazón de los humildes, para que estén libres y dispuestos a dar hasta la propia vida.
Piensa en esas frases que tú dices y en la situación tuya personal y la general; mira después el corazón traspasado de Jesús, recuerda sus frases… ¿cuál es la conclusión, a qué te invita?
Escuchemos:
EL AMOR NO DICE BASTA (BIS)
AMOR Y MÁS AMOR QUE NUNCA DICE BASTA (2)
Sólo el amor de Dios es lo que se encuentra siempre, todo lo demás sobra.
Hacedlo todo por amor, nada hagáis por fuerza, sólo el amor queda.
Busquemos a Jesús que si lo tenemos a Él, entonces lo tendremos todo.
Ama a tus hermanos y Dios te amará a ti, esto quiere el Señor, ama.
Las heridas que más duelen son las del corazón, las que provocan las relaciones, los malos entendidos, las discusiones con las personas amadas… Poner el corazón es poner toda la vida, como decía al principio. Amar es un riesgo, es más fácil quedarse en casa sin hacer nada, que vengan y me sirvan, comida a domicilio, placer a la carta… pero es una insatisfacción inútil, una castración de lo más bello que tenemos: el amor. Es una pena, pero es lo que hace mucha de nuestra juventud ¡y de los adultos! El amor exige entrega, sacrificio, renuncia personal, libertad, confianza…, y a eso, la sociedad ha dicho ¡basta! Por eso nos recuerda la canción: el amor no dice basta, no pone barreras ni límites; es lo de san Pablo: todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca acaba (1Cor 13, 7-8).
Miremos, contemplemos el amor de Jesús, su corazón traspasado; ¿qué habría pasado si en la oración del huerto se hubiera plantado, si hubiera dicho basta, hasta aquí? ¿Alguno se lo puede imaginar? Amar hasta que duela. Para mí, para todos, el Corazón de Jesús es la fuente inagotable; fuente inagotable para dar la propia vida y vivir libres.
Que hoy se nos quede esta frase: el amor no dice basta. Cuando nos cueste, cuando nos den ganas de mandarlo a la porra, cuando nos falten las fuerzas, cuando ya no queramos hacer más, cuando digamos que hasta aquí hemos llegado, cuando lo que valoremos sean nuestros derechos y no el bien de los demás, cuando pensemos que allá se las compongan ellos… el amor no dice basta; amor y más amor que nunca dice basta.
Este mundo sólo lo salvaremos por el amor y la Eucaristía.
Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.