En Moral hay una máxima que no podemos perder de vista bajo ningún concepto: el fin no justifica los medios. Hoy, por ese cúmulo de corrientes “anti” que nos invaden, se ha dado la vuelta a ese principio básico y aunque no se diga públicamente porque quedaría muy feo, de facto así es: el fin justifica los medios (desde Maquiavelo así es). ¿Qué sucede entonces? Que todo se puede justificar, que no hay nada bueno ni malo, que no hay verdades inmutables a las que agarrarse y que dan seguridad en la vida, que ya no existen los absolutos morales… Es la decadencia de una sociedad que antes o después terminará por desaparecer.
Eso nos lleva a ver barbaridades en materia de familia, de vida, de investigación genética, de ingeniería social… El fin no justifica los medios. Lleva ese principio a tu vida, y evitarás revanchas tontas, enfrentamientos, etc. Hay unos límites infranqueables; el sentido común, la ley de Dios, la ley natural nos dice que no todo puede estar permitido. El fin no justifica los medios. Pero hoy se nos vende lo contrario. En este panorama nos encontramos.
La tentación en esta situación es la de los brazos caídos: “ya no hay nada que hacer” y dejar pasar el tiempo hasta que llegue el desenlace final; es la desesperanza. Por desgracia, así viven muchos contemporáneos con respecto a la fe y a la sociedad. ¿Es el final?
Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo. Si estamos cansados, si vamos de derrota pastoral en derrota pastoral, si la desmotivación es creciente, si parecemos predicadores en terreno desierto… Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo. Si parece que no sabemos transmitir la fe a los hijos, si no vemos relevo generacional… Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo.
Es la declaración de una realidad, no es un deseo de Jesús ni una condición; es realidad. Sois, ya ahora. Por eso nos anima a vivir según lo que somos: ¡hijos! Y eso se convertirá en testimonio. Pero hay que vivir como hijos de un Padre-Dios, tomar conciencia de ello y actuar en consecuencia. Somos hijos; y enviados como discípulos misioneros. Nos llama a la coherencia, al testimonio, no a la fecundidad. ¿Quién nos ha dicho que tenemos que tener éxito? Uno sembró, otro cosechará. Y en medio de ese testimonio de vida nos vendrán días de lágrimas porque hemos sido incomprendidos (bienaventurados los que lloran); nos lo harán pasar mal, nos relegarán a un segundo plano social, nos sentiremos ninguneados (bienaventurados los que sufren); nos criticarán, nos sacarán los colores y se reirán de nosotros, no aceptarán nuestra coherencia y el no plegarnos a las modas sociales y al bien quedar (bienaventurados cuando os injurien y os persigan); nos dirán que no merece la pena ser justo y honrado, que mejor dejarse llevar y aprovecharse de los demás (bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia); nos dirán que cada uno a lo suyo, que da igual lo que les suceda a los demás (bienaventurados los que trabajan por la paz)… Dar testimonio, ser sal y luz, ser coherentes, vivir como los hijos es aceptar la misericordia de Dios en nuestra vida y ofrecerla a los demás (bienaventurados los misericordiosos), es abrir el corazón a la acción de Dios sabiendo que de él lo recibimos todo (bienaventurados los pobres en el espíritu), es hacer el bien, pensar bien, hablar bien de los demás (bienaventurados los limpios de corazón).
Ahora seguro que las bienaventuranzas nos suenan más cercanas; dan paz al corazón agitado. Dan sentido a todo el sermón de la montaña.
Ser sal y luz no es fácil. Exige mucha fortaleza. Es una tarea que no podemos hacer solos, necesitamos al Señor. Desde el inicio Él nos precede, nos abre el camino, nos ayuda. Por eso dice de sí mismo: yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Es más, si no le llevamos a Él que es la verdadera sal y la auténtica luz, no estaremos siendo coherentes.
¿Quieres ser sal y luz? Ofrece al mundo algo nuevo. Escucha al profeta: Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia, cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía. Y al salmista: ¿por qué el justo brilla en las tinieblas? Porque su corazón está firme en el Señor, porque se apiada y presta, porque reparte limosna, porque su caridad es constante, porque su obrar es según la ley del Señor.
¿Quieres ser sal y luz? Recuerda que el fin no justifica los medios y que eres y estás llamado a vivir como hijo.
Evangelio al que corresponde esta homilía