Cada vez que Jesús hace una pregunta algo sucede en nuestro interior; si no que se lo pregunten a aquel ciego al que Jesús le pregunta qué quiere que haga por él, al padre de aquel chico con un demonio al que le dice: ¿si puedo?, todo es posible para el que tiene fe o a los discípulos hoy: ¿quién decís que soy yo?
¡Ay madre!, menuda pregunta. Ellos hacen lo mismo que nosotros cuando el profesor preguntaba en clase: miran hacia otro lado. Por eso sale Pedro y contesta lo que nos dice el Evangelio: El Mesías de Dios. ¡Menos mal que ha salido el listo del grupo y nos ha quitado el marrón de encima!, pensarían. Pero la pregunta ya está produciendo sus frutos en el interior. ¿Quién dices que soy?
¿Quién soy yo para ti? Las preguntas de Jesús tienen la capacidad de remover nuestro interior. ¿No la estás repitiendo tú ya en tu interior? ¿Quién es Jesús para mí?, quién es Jesús para mí… quién es…
La tentación es responder con un estereotipo, con algo aprendido, para salir del paso. Son las primeras respuestas, genéricas, las que dan los apóstoles. Aquí también tenemos el peligro de ser tentados. De hecho es de las tentaciones más importantes que podemos sufrir porque van a lo esencial de nuestra relación con Jesús: o quedarnos en la superficie o ir a lo nuclear. Y tenemos que estar atentos… ¡vamos a ser tentados para quedarnos con una relación superficial que afecte poco o nada a nuestra vida! Y ese sería un gran triunfo del Demonio: hacer que Jesús no sea importante para nuestras vidas. Cuántos cristianos hemos caído en esa tentación.
Por eso Jesús vuelve a la carga y pregunta de nuevo ¿quién decís que soy yo? Pregunta e invita a algo más, espera algo más de sus apóstoles. De hecho lo espera todo de ellos. ¿Crees que se conformaría con una respuesta estereotipada o esperaría algo más vital?
Y si la aplicamos a nuestra vida ¿crees que se va a conformar con una respuesta genérica o más bien esperará una respuesta que brote del corazón? Este es el quid de la cuestión, amigo mío. Esta pregunta va a las convicciones más profundas, directa al corazón. ¿Desde dónde voy a dar respuesta a Jesús: desde la cabeza, desde el corazón, desde ambas? Si la respuesta sólo es intelectual Jesús no será más que un producto intelectual, que poco o nada tendrá que decir para mi vida; es sólo una idea, un personaje ilustre… Si la respuesta es sólo desde el corazón corremos el riesgo de caer en un subjetivismo incapaz de dar respuestas claras. Lo importante es una respuesta que conjugue ambos aspectos. Eso es una fe adulta, capaz de dar respuestas, que combinan la experiencia personal y el conocimiento objetivo.
Recuerdo que una vez hice esta pregunta a un grupo de catequistas durante una reunión. Al principio no salimos del silencio, después de insistir dijeron algo sabido, obviedades, y sólo una persona contestó: lo es todo para mí, es el centro de mi vida. Cuando le pregunté por qué no supo razonar su respuesta. Nos cuesta conjugar ambos aspectos. Y si queremos ser discípulos misioneros hoy, tenemos que hacer el esfuerzo por juntar ambas perspectivas.
Jesús es el que es: el Hijo de Dios, el Mesías, el Señor…, lo que queremos; pero a mi vida llega de otro modo: puede ser el amigo, o la roca fuerte, o el faro que me orienta, o el que me ofrece su vida, o el que me anima a ser veraz… De lo que es Él yo hago experiencia de vida en la oración; orar con Jesús, pasar ratos a solas con Él, confiar en Él, es la base para dar una respuesta que conjugue ambos aspectos.
Hoy en el arciprestazgo tenemos la suerte de poder descubrir a Jesús como el misericordioso. Celebramos el jubileo en el santuario de santa Casilda. Vamos a tener tiempo para estar con Él, para rezar, para confesar nuestros pecados, para celebrar la Eucaristía…, y otras mil actividades más que vamos a hacer. Si rezamos o confesamos ¿no será porque consideramos a Jesús como alguien importante y significativo para nosotros? Seguro que sí.
Ahora sólo queda aprovechar el tiempo de la oración de hoy y de esta semana para que le preguntes quién es para ti, y para que vayas respondiendo poco a poco a tan gran pregunta. Y tú ¿quién dices que soy yo?
Miguel Ángel Saiz,
vicario parroquial de Santa María y san Martín (Briviesca)
Evangelio al que corresponde esta homilía