Las lecturas de hoy enfrentan a dos grupos por un mismo tema: a los macabeos frente a los saduceos por el tema de la Resurrección. Es un tema de lo más actual. Mirad, decimos -y con razón- que la señal del cristiano es la cruz; pero la verdadera prueba del cristiano es la Resurrección. O creemos en la resurrección o no creemos; hoy hay muchos cristianos que no creen en la Resurrección; ¿cuántos de vosotros preferís aceptar antes la energía, la reencarnación o la nada antes que hablar de verdad de Resurrección? Puede ser por influencia de los medios de comunicación, por ignorancia o por pereza intelectual y espiritual.
Los cristianos creemos en la resurrección, creemos que Dios es un ser vivo, eternamente vivo, y que da y otorga vida a los que creen en Él. Si vivimos con Cristo resucitaremos con Cristo, estas palabras de san Pablo son claves. Pero antes hay que vivir en Cristo, con Cristo, como Cristo. Dios nos ha invitado desde el inicio de los tiempos a vivir eternamente con Él; y nos ha dado la oportunidad de disfrutarlo ya en esta vida terrena y mortal sabiendo que nuestra verdadera aspiración es a vivir eternamente con Él. Y esto sólo nos lo garantiza la resurrección de Cristo, en la cual estamos insertos por el bautismo. Un Dios de vivos…
Vivir eternamente con Él ya desde de esta vida. Eso mismo es a lo que aspiraban los jóvenes macabeos. Dos frases suyas: Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres. Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. No ya nuestros jóvenes, cada uno de nosotros con sus (muchos) años de vida… ¿serías capaz de decirlas de verdad?
En tiempos difíciles se hace necesario ser fuertes en la fe, mantener viva la esperanza, ser constantes en la oración, crecer por la práctica de la caridad. Pero parece que a esto no le damos importancia; cuando tendríamos que estar creando pequeños grupos de fe (reflexión, formación, oración), cuando tendríamos que esforzarnos por vivir la Eucaristía con mayor intensidad, con una preparación interior y exterior cuidada, cuando tendríamos que hacer todo lo posible para crecer nosotros, nuestros hijos y nietos en la fe, cuando tendríamos que hacer de la fe la piedra angular de nuestra vida… ¡hemos preferido abandonarnos! Ante la dificultad nuestra respuesta ha sido ser vencidos, no presentar batalla, ir rebajando cada vez más los mínimos exigibles… A mí me impresiona mucho el testimonio de los mártires de la persecución religiosa en España en el siglo XX, cómo no renunciaron, cómo entregaron sus vidas, cómo murieron perdonando a sus asesinos, cómo sus últimas palabras fueron: “¡Viva Cristo rey!”. Me impresiona el testimonio de los cristianos de Siria e Irak perseguidos cruelmente por el islamismo radical: “Nos pueden quitar todo, pero no nos quitarán la fe”. Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres. ¿Qué hacemos ante las dificultades?
Vivimos una época de crisis -no ya la económica-, la crisis de verdad que es de fe, de certezas. Es una crisis en gran manera porque no creemos en la Resurrección, porque no creemos en la vida eterna, porque nos han engañado haciéndonos creer que lo único real y que merece la pena es esta vida; y así lo único que estamos haciendo es perder la vida: Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. Porque, ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?, o ¿qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Estamos en una época de persecución contra la Iglesia y lo que representa y defiende: Cristo; la verdadera persecución es contra Cristo; esta persecución se hace en Occidente a veces física y siempre intelectual: el relativismo y la indiferencia son la estrategia. En momentos como el actual es cuando la fe se purifica y se fortalece o se pierde para siempre. En nuestras manos está la llave. No olvidemos nunca que para tamaña empresa no estamos solos, la gracia de Dios nos precede y acompaña, y que Dios no permitirá nunca una prueba superior a nuestras fuerzas. El consejo final de San Pablo resume cuál debe ser nuestra actitud: El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno … el Señor dirija vuestro corazón, para que améis a Dios y tengáis constancia de Cristo. Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará.
Pidámosle al Señor nos ayude, que fortalezca nuestra debilidad, que nos haga resistir a la tentación, hasta llegar a la sangre si fuera preciso. Somos débiles, cobardes, nos desalentamos, rompemos nuestros compromisos; por eso necesitamos tu ayuda, Señor; haznos fieles hasta la muerte, conscientes de que sólo así recibiremos la corona de la vida.
Miguel Ángel Saiz,
vicario parroquial de Santa María y san Martín (Briviesca)
Evangelio al que corresponde esta homilía