Este Domingo es el tercer día del Triduo Pascual, que ha tenido en la Vigilia su punto culminante.
Esta noche santa, al alborear ya el primer día de la semana, el Señor resucitó e inauguró para nosotros en su carne, la vida en que no hay muerte. Cuando aquellas mujeres que lo amaban fueron a su sepulcro recibieron de los ángeles la noticia más importante de la historia: Él no está aquí, ¡ha resucitado! El Mesías ¡ha Resucitado! Esta será para nosotros la gran noticia hasta el fin del mundo, la que nos llene de esperanza y sentido.
La Resurrección de Cristo es el paso de este mundo al Padre; de la muerte a la vida; de la derrota y el fracaso a la victoria definitiva. Para el cristiano es el paso de la muerte del pecado a la vida de Dios; de las tinieblas a la luz; de la esclavitud a la libertad; de la condición de siervo a la del Hijo. Por esto llamamos a Cristo nuestra Pascua: Él es para nosotros el paso único para llegar nosotros al Padre. La Pascua no es un episodio aislado, sino que está unido a nuestro destino y a nuestra salvación. La Pascua es una fiesta muy nuestra que nos afecta interiormente, porque, como dice San Pablo: Cristo fue entregado por nuestros pecados, y fue resucitado para nuestra justificación. Así la suerte de Cristo se convierte en la nuestra, su pasión se convierte en la nuestra y su resurrección en nuestra resurrección.
Por eso, lo que nos sale exclamar es ¡ALELUYA! ¡Ha Resucitado! Aleluya, del hebreo Hallelú-Yah, Hallelú: alabad (con sentido de júbilo) y Yah, abreviatura de Yahvé (el Señor). Significa: ¡Alabad al Señor! Cada vez que cantamos el Aleluya, estamos alabando al Señor resucitado, reconocemos la obra de su salvación, nos unimos a toda la creación en un canto de alabanza al Creador, que en Cristo, ha dado comienzo a la nueva humanidad reconciliada. ¡Aleluya! Cantemos aleluyas con todo el alma, repitámoslo en nuestro interior gozosamente a lo largo de esta cincuentena pascual.
Pascua es la fiesta de la alegría, del triunfo, de la vida: atrás queda la tristeza al revivir la tragedia del Calvario y el escándalo de la Cruz; hoy nos llena de alegría el nacimiento a una nueva existencia, a una nueva vida. Pascua es la fiesta de la luz. Este cirio cuya luz nos ilumina, es el símbolo de Cristo, luz de los hombres y del mundo. Pascua es la fiesta de la libertad: La humanidad estaba encadenada, era esclava del pecado, pero la Resurrección de Cristo nos ha liberado del pecado. Pascua es el día que hizo el Señor, el día grande, la solemnidad de las solemnidades, el día rey, el día primero, día sin noche, tiempo sin tiempo, edad definitiva. La Resurrección es la verdad fundamental del cristianismo y el motivo y garantía de nuestra esperanza.
Cristo mismo eligió este día, “el primer día de la semana”, como el día que resucitó y se apareció a los discípulos. En domingo, el Señor resucitado se hace presente a los suyos, les invita a su mesa y les hace partícipes para que ellos, unidos y configurados con él, puedan rendir el culto debido a Dios. Este día sagrado, tiene su repetición y réplica semanal cada domingo. Hoy más que nunca es preciso reafirmar el carácter sagrado del día del Señor, de la Pascua, y la necesidad de participar en la misa dominical. El contexto actual, marcado por la indiferencia religiosa y el secularismo, no debe hacernos olvidar que hemos nacido del acontecimiento pascual, que a él debemos volver como fuente inagotable, para comprender cada vez mejor los rasgos de nuestra identidad y las razones de nuestra existencia.
Necesitamos recobrar el valor del Domingo, necesitamos profundizar cada vez más en la importancia del ‘día del Señor’. La Eucaristía es el pilar fundamental del Domingo y de toda la vida del cristiano: en cada celebración eucarística dominical volvemos a celebrar que Cristo murió y resucitó por nuestra salvación, que es nuestra pascua. Recuperemos el sentido cristiano del domingo. Ojalá que el ‘día del Señor’, que podría llamarse también el ‘señor de los días’, cobre nuevamente todo su relieve y se perciba y viva plenamente en la celebración de la Eucaristía, raíz y fundamento de un auténtico crecimiento de la comunidad cristiana.
Miguel Ángel Saiz
Vicario parroquial de santa María y san Martín (Briviesca)