Ayer os hablaba de que la promesa de Jesús que nos precede se podía entender en una doble dirección: nos precede en las galileas actuales (periferias existenciales, esos mundos alejados de Dios que tenemos aquí cerca) y nos precede hacia el Padre en ese camino de comunión de vida con Él, que es el fin de nuestra vida. Para ambas cosas necesitamos la Eucaristía: Misa, Adoración, Visita. Concluía la homilía con unas palabras de S. Manuel González recordando cómo Jesús quería de sus amigos un trato frecuente.
Ciertamente la Eucaristía es un misterio de intimidad. Nace en un ambiente de familia en la Última Cena, con unas confidencias llenas de amor, en una donación total de quien es el Señor. Y así debemos vivir la Eucaristía: misterio de intimidad. Por eso en los primeros siglos a la hora de distribuir la sagrada comunión se decía Sancta sanctis, es decir, lo santo para los santos; el don santo de la comunión se reservaba y era destinado únicamente a quien había permanecido santo, respetando la advertencia de san Pablo: Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, se hace culpable de profanar el Cuerpo y la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba del cáliz porque quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo (1Cor 11,27-29). Examínese cada cual cómo se acerca a comulgar, cuánto hace que no se confiesa, cómo es su vida moral, cómo cuida su alma, cómo vive los mandamientos como palabras de amor… Examínese, pues, cada cual…
Que se examine cada cual cómo se acerca a comulgar, cuánto hace que no se confiesa, cómo es su vida moral, cómo cuida su alma, cómo vive los mandamien- tos como palabras de amor…
Sin embargo, la Eucaristía no se queda en esa intimidad sino que la fuerza del sacramento de la Eucaristía va más allá de los muros de nuestras Iglesias. En este sacramento, el Señor se encuentra siempre en camino hacia el mundo. Llevamos a Cristo, presente en nuestro interior durante unos cuantos minutos por la comunión, por las calles de nuestra ciudad. Encomendemos estas calles, estas casas, nuestra vida cotidiana, a su amor. ¡Qué triste es salir corriendo y hablando de la Iglesia, sin darnos cuenta de ese don! ¡Qué tristeza tendrá que sentir Jesús al ver el poco amor de sus amigos! ¡Cuánto le gustaría gritar: dedícame unos minutos a hablar conmigo ahora que estás en mí!
¡Cuántas veces no insistió S. Manuel González en esta idea! No dejemos solo al Señor, acompañémoslo en su Sagrario pero también después de comulgar. Sólo Dios es capaz de llenar el corazón del hombre. En su libro Mi comunión de María habla de cómo comulgar convenientemente, de la preparación y la acción de gracias posterior. Centrándonos en la acción de gracias dice que debe ser una quietud amorosa en la contemplación, adoración y paladeo de su huésped Jesús. ¡Fijaos que cosa tan bonita! Debe contar también con un ofrecimiento a la Santísima Trinidad de lo que la misma Eucaristía es por medio de María Inmaculada. Este ofrecimiento es alabanza, acción de gracias, expiación e impetración. Por eso, ¿por qué tanta prisa por salir y por hablar con los que están en la Iglesia? (obras completas, vol 1, nº 1200).
Y cuando salgamos… ¡que nuestras calles sean calles de Jesús! ¡Que nuestras casas sean casas para Él y con Él! Que en nuestra vida de cada día penetre su presencia. Con este gesto, ponemos ante sus ojos los sufrimientos de los enfermos, la soledad de los jóvenes y de los ancianos, las tentaciones, los miedos, toda nuestra vida. Cristo es, en persona, la bendición divina para el mundo y cada uno tenemos la suerte de llevar esa presencia cuando salimos de celebrar la Eucaristía.
La comunión implica la adoración, implica la voluntad de seguir a Cristo, de seguir a quien nos precede. Adoración, silencio, reverencia, escucha
Comulgar, es entrar en comunión con la persona del Señor vivo. La comunión, el acto de comer, es realmente un encuentro entre dos personas, es un dejarse penetrar por la vida de quien es el Señor, de quien es mi Creador y Redentor. El objetivo de esta comunión es la asimilación de mi vida con la suya, mi transformación y configuración con quien es Amor vivo. Por ello, esta comunión implica la adoración, implica la voluntad de seguir a Cristo, de seguir a quien nos precede. Adoración, silencio, reverencia, escucha. Comunión, vida, amor, compromiso.
María, la Madre del Señor, nos enseña realmente lo que es entrar en comunión con Cristo: María ofreció su propia carne, su propia sangre a Jesús y se convirtió en tienda viva del Verbo, dejándose penetrar en el cuerpo y en el espíritu por su presencia. Pidámosle a ella que nos ayude a abrir cada vez más todo nuestro ser a la presencia de Cristo para que le sigamos fielmente, día tras día, por los caminos de nuestra vida.
Esta homilía fue pronunciada el miércoles 8 de marzo de 2017, segundo día del Triduo al Santísimo Sacramento, por don Miguel Ángel Saiz, vicario parroquial de Santa María y San Martín, Briviesca. Es continuación de la pronunciada el día anterior.
CANCIÓN PARA LA ACCIÓN DE GRACIAS
Durante la acción de gracias de la misa pudimos escuchar el siguiente canto:
AHORA SEÑOR
(Siervas del Hogar de la Madre)
Ahora, Señor, ya estás en mí
y sólo quiero vivir para ti (Bis).
Dame la fuerza de tu gracia,
dame la fe, el amor y la esperanza.
Dame tu Corazón de amor llagado,
dame, Señor,
de tu Madre buena el abrazo.
Ahora, Señor…
Dame la riqueza que le falta a mi pobreza
dame, Señor, ser alegre en la tristeza.
Dame aceptar la cruz de cada día,
dame, al fin, Señor,
poder amarte toda la vida.
Ahora, Señor…