Cuando Jesús resucita los ángeles dicen a los discípulos: el Señor irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis (Mt 28,7). Este “ir delante” tiene dos sentidos: uno, Galilea era considerada como la puerta al mundo de los paganos; es en Galilea, en la cima de un monte, donde Jesús se aparece a los discípulos y les dice: Id y haced discípulos a todas las gentes (Mt 28,19). Y el otro está relacionado con lo que Jesús le dice a María Magdalena: No me toques, que todavía no he subido al Padre (Jn 20,17). Jesús nos precede ante el Padre, sube a la altura de Dios y nos invita a seguirle. Este ir delante de Jesús marca el camino del seguimiento.
Así pues, Jesús nos precede a Galilea, es decir, al mundo; y Jesús nos precede al Padre, es decir, a la comunión de vida con Dios, a la intimidad con Dios. Estos dos aspectos son los que voy a desarrollar estos días.
La verdadera meta de nuestra vida es la comunión con Dios. Pero sólo podemos subir a esta morada caminando “hacia Galilea”, yendo a todos los rincones del mundo, llevando el Evangelio a todas las naciones, llevando el don del amor de Dios a los hombres de todos los tiempos. Eso es lo que hicieron los apóstoles desde el inicio; san Pedro y san Pablo llegaron hasta Roma, el centro del mundo conocido, y hay muchos que piensan que san Pablo pudo llegar a España, por el deseo que expresa en la carta a los romanos. Eso es lo que da autoridad al hecho de que la tumba de Santiago esté en Compostela, en Finisterrre.
La Eucaristía nos hace ser más sensibles a las necesidades de los hermanos, nos hace vencer la indiferencia que hoy domina las relaciones
Con la fuerza de la Eucaristía nosotros, discípulos misioneros del siglo XXI (como dice nuestro plan diocesano de pastoral), como los apóstoles en el siglo I, tenemos que ir hasta los confines del mundo, llevando el Evangelio a toda criatura. El papa Francisco habla de unos confines del mundo que tenemos muy cerca; son, lo que él llama, las periferias existenciales: ancianos, personas que viven en soledad, madres con problemas en su gestación, mujeres y hombres maltratados y víctima de abusos, niños engendrados y no-nacidos, niños soldado y esclavos en trabajos deshumanizadores, adolescentes inmersos en una cultura del usar y tirar, jóvenes alejados de la fe, jóvenes sin expectativas de futuro, padres que han abandonado la práctica religiosa, profesionales sin ética, abuelos que prefieren las diversiones mundanas a la cercanía de Dios, catequistas no practicantes, una Cáritas desvinculada de la evangelización, medios de comunicación ideologizados y opuestos a la fe, diversiones manifiestamente inmorales, desempleados de larga duración, personas que han perdido la esperanza, víctimas de la violencia, terrorismo o conflictos armados, refugiados, exiliados y desplazados por las guerras, presos que viven en situaciones inhumanas… Como veis la lista puede ser larguísima. No hace falta ir hasta el confín del mundo. Aquí, ahora, cerca nuestro, tal vez incluso alguno de nosotros, puede entrar dentro de esta lista de las periferias existenciales.
Por eso la Eucaristía nos hace ser más sensibles a las necesidades de los hermanos, nos hace vencer la indiferencia que hoy domina las relaciones (visto así serían no-relaciones. Eso es cosa de otros, que se busquen la vida, que otros lo solucionen… o pasar sencillamente, no plantearnos nada); en la Eucaristía Jesús ha roto ese muro que nos separa. Cuando muere en la cruz, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La separación del hombre y Dios queda superada por la victoria de Cristo en la Cruz. Esa victoria la celebramos y actualizamos constantemente en la Eucaristía. La Eucaristía es amor, es el sacramento de la caridad, es la que nos empuja al compromiso con el hermano que sufre, es la que nos permite vencer la indiferencia dominante.
Todos los devotos de la Eucaristía han sido muy fraternos, han desarrollado grandes obras de caridad. Tenemos el ejemplo de Sta. Teresa de Calcuta o de S. Manuel González. Sus muchas obras sociales en Huelva, Málaga y Palencia acreditan el nexo entre Eucaristía y caridad. Cuanto más crezcamos en comunión con Dios, cuanta más intimidad tengamos con él en la Eucaristía más fraternos seremos. Pensemos si la Iglesia crece así, al menos lo que conocemos, la que tenemos más cerca, la parroquia. ¿Estamos nosotros creciendo así en ese binomio inseparable Eucaristía-Caridad?
¿Se puede afirmar con rigor que cumple con los manda- mientos de Dios quien se pasa los días y los días sin tener para el Hijo de Dios un solo afecto de su corazón? (S. Manuel González)
Necesitamos mucho la Eucaristía para que la Iglesia crezca y se renueve. La renovación eclesial pasa necesariamente por la Eucaristía. En esa línea van las experiencias de nueva evangelización. Eucaristía, mucha Eucaristía: misa, adoración, visita… horas de silencio, de súplica y alabanza… horas para adentrarnos en el corazón de Jesús… horas para crecer en intimidad con Aquel que lo dio todo por nosotros. La Eucaristía nos hace comprender que Dios es Padre NUESTRO no sólo mío. La Eucaristía nos ayuda a superar la tentación y vencer el pecado. La Eucaristía es el camino para ver y parecerse a Jesús. La Eucaristía es la clave para ser discípulos, testigos, amigos de Jesús.
Teniendo a Jesús que va delante nuestro hacia las Galileas actuales, hacia las periferias existenciales, estaremos en el buen camino. Pero él debe ir delante. Debemos poner la devoción eucarística en primera línea de acción.
El Corazón de Jesús sacramentado echa de menos en muchos, muchos de sus amigos el trato frecuente, afectuoso y personal con Él. No hablo de enemigos, ni de amigos traidores, sino de amigos en general. Como son amigos, cumplen con más o menos diligencia y exactitud los mandamientos de Dios, de la Iglesia, y de su estado. Rezan más o menos distraídamente todos los días y practican obras buenas. Pero… secamente, rutinariamente, casi sin hacer una visita, ni dirigir una mirada de afecto, ni una palabra, ni una jaculatoria de cariño a Jesús vivo en el Sagrario, es decir, sin intimidad con Él.
¿Tiene Jesús derecho a algo más que a eso? ¿Tiene derecho a la intimidad de sus amigos con Él? ¿Se gozará en esa intimidad? ¿Cumple con el deber de amigo consagrado a Jesús el que no aspira a la intimidad con Él o no la procura? Más aún, ¿se puede afirmar con rigor que cumple con los mandamientos de Dios quien se pasa los días y los días sin tener para el Hijo de Dios un solo afecto de su corazón? (S. Manuel González, Así ama Él, 291, o.c. vol 1, pág. 278).
Esta homilía fue pronunciada el martes 7 de marzo de 2017, primer día del Triduo al Santísimo Sacramento, por don Miguel Ángel Saiz, vicario parroquial de Santa María y San Martín, Briviesca.
(Acceder a la segunda parte de esta reflexión).