La presencia del Espíritu

Jesucristo y yoEsta semana quiero seguir con la reflexión que comenzaba el miércoles pasado y en la que incidía en la gravedad del pecado y en que Satanás nos está ganando la partida al minusvalorar su importancia. Partía de un texto que vuelvo a reproducir para seguir comentándolo.

“En nuestro creernos adultos y mayores nos olvidamos que el pecado original reside en nosotros, que no siempre buscamos la voluntad de Dios, sino que el pecado nos hace buscar nuestra propia voluntad. Porque claro, ¿quién me va a decir a mí lo que quiero y lo que puedo hacer si ya tengo edad suficiente para saber lo que quiero? Y es cierto, cada uno, dentro de sus capacidades sabe qué es lo que quiere, pero, aquí viene la diferencia: hemos optado por ser cristianos, hijos de Dios, y eso marca la diferencia en nuestro pensar y obrar”.

Hoy se valora muy especialmente aquello de la independencia y la autonomía personal. Pero resulta que no somos tan independientes ni tan autónomos. Nos necesitamos mutuamente; necesitamos del carnicero y el panadero, del electricista y el programador informático. Querámoslo o no, vivimos en sociedad y necesitamos a los demás. Y en última instancia necesitamos a Dios que nos siga manteniendo en la existencia. “En él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28). Por eso me parece dramático no buscar su voluntad; y buscar su voluntad (lo rezamos a diario en el Padrenuestro) es buscar el camino de la santidad, el camino de la felicidad, el camino de la fidelidad. Es caer en la cuenta de que necesito a Dios más que otra cosa. Es saber que el camino que tiene pensado para mí es, con mucho, lo mejor. Es sanar y purificar mi libertad herida por el pecado y que desde entonces no sabe buscar bien. Es poner a Dios el primero en el orden de la intención. Es llegar a tener sus mismos sentimientos y pensamientos. Es llegar a ser uno con Él.

Hemos optado por ser cristianos y eso marca la diferencia en nuestro pensar y obrar. Ya no pensamos como los hombres, por la gracia bautismal tenemos la capacidad de hacerlo como el mismo Dios. Pero para eso hemos de llegar a que Él ocupe nuestra vida: “ya no soy yo es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Hemos optado por ser cristianos y ¡eso ha de notarse! “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,14), nos dijo Jesús: luz que ilumina los errores morales de hoy sobre el matrimonio y la vida, luz que alumbra las existencias marcadas por la desesperanza o el desánimo. “Vosotros sois la sal del mundo; pero si la sal se vuelve sosa…” (Mt 5,13). A mí Jesús me hace pensar mucho cuando da ese tipo de avisos, ¿qué pasará si yo (si tú que lees esto) dejas de ser sal o luz?

¿Y en qué más ha de notarse la diferencia en nuestro pensar y obrar? Hoy es importante no dejarse llevar por la mentalidad reinante que prima el egoísmo, el individualismo y el hedonismo; en no caer en la trampa del relativismo; en saber que la verdad está sólo en Dios y que por eso nos tenemos que unir fuertemente a Él; en hablar de Dios abiertamente; en hacer que la fe sea el motor de nuestras vidas, no un añadido al que recurrimos de cuando en vez; en no sentir vergüenza por ser creyente; en educar a los hijos en la relación filial con Dios; en vivir la honradez y buscar el bien, la verdad y la unidad; en ser exquisitos en lo que vemos y leemos buscando la excelencia, como recomendaba san Ignacio de Loyola; en cuidar nuestro vestir con modestia; en vivir los sacramentos con intensidad; en luchar contra la tentación y no pensar que por caer sin presentar batalla no pasa nada; en refinar nuestro hablar evitando palabras gruesas y desagraviando las blasfemias…

Podría seguir mucho más. La lista podría ser interminable porque hay mucho que hacer; yo te he puesto unas pocas cosas, ahora tú tienes que completar la lista después de llevarla a la oración y que el Señor te ilumine por donde Él quiere que vayas. Este no es un esfuerzo solitario, es siempre compartido con el Espíritu Santo. Que Él te ilumine y fortalezca.