La diferencia entre la Cruz y el crucifijo es Cristo

Pasión y Muerte de CristoDentro de este Triduo pascual, hoy celebramos de modo intenso la pasión y muerte del Señor. Y aunque nos fijemos en la muerte del Señor, esta celebración está impregnada de esperanza y victoria. Para comprender la Pasión y Muerte de Jesús, hay que hacerse cuatro preguntas: ¿Quién padece? ¿Qué padece? ¿Cómo padece? ¿Por quién padece? Para luego terminar con una aplicación a la vida de la Iglesia.

1. ¿Quién padece?

No es un hombre cualquiera, como lo podemos ser tú y yo. Jesús es el Dios que creó el Cielo y la Tierra, es la palabra pronunciada por Dios, es el hágase de la creación. No es un cualquiera el que muere. Es el Dios justo, noble, bueno, fiel a todos. No es un cualquiera el que muere. Es majestad. Si es Dios y es tan poderoso, ¿cómo es posible que se encuentre clavado, inutilizado, asesinado de ese modo tan humillante? No es un cualquiera el que muere. Está en la Cruz porque lo desea, es el precio que debe dar por nuestra salvación.

2. ¿Qué padece?

Tormentos físicos, hambre y sed, flagelación terrible, coronación de espinas que penetraron como agujas por todos los poros de su cabeza. Bofetones, patadas, golpes de todo género, transporte de una pesadísima cruz hasta la cumbre del Calvario, penetración de gruesos clavos colocados a fuerza de martillo que rasgaron sus venas convirtiéndolas en fuentes de sangre, suspensión de todo el peso de su cuerpo de los dos clavos de sus manos, tremenda sed que le hizo gritar en busca de consuelo, torturas emanadas por todas sus llagas, sus heridas purulentas y sus raspaduras.

A los tormentos físicos se añaden los morales: el apresamiento vil, como si se tratase de un criminal indecente, los desprecios de los soldados, la soledad por el abandono de sus apóstoles, la doble condena como si fuera un peligroso impostor, las humillaciones de los falsos testigos y las burlas de Anás y Caifás, la ingratitud del pueblo elegido, el odio de las autoridades religiosas, la contemplación del dolor de su Madre…

Todo el dolor físico y moral que se puede concebir.

3. ¿Cómo padece?

Podemos decir que Jesús inventa una escuela de dolor: ir más allá del mismo dolor para descubrir la voluntad del Padre que hay detrás, descubrir que del sacrificio hay mucho fruto para la salvación de la humanidad.

Si la Cruz es el símbolo del problema del dolor, el crucifijo es la solución. La diferencia entre la Cruz y el crucifijo es Cristo. Una vez que Nuestro Señor, que es el amor, carga con su cruz, revela cómo el dolor puede ser transformado por medio del amor en un sacrificio gozoso, cómo aquellos que siembran en lágrimas pueden cosechar en gozo, cómo aquellos que lloran pueden ser consolados, cómo aquellos que sufren con Él pueden reinar con Él. Jesús no niega el dolor, no escapa de él; le hace frente, y al hacerlo así demuestra que el sufrimiento no es extraño ni siquiera a Dios que se hizo hombre. Jesús:

  1. Sufre voluntariamente. Había señalado a sus íntimos que Él sería detenido, condenado, maltratado y martirizado, y que lo haría voluntariamente. Se había ofrecido para la salvación de toda la humanidad pecadora, y el precio de la Redención era nada menos que la serie interminable de los dolores y angustias de su Pasión. La noche de su Pasión, dirá con valentía al Padre: Si quieres, aparta de Mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya; y la voluntad del Padre es su Pasión.
  2. Sufre serenamente. Ni una protesta en medio de las torturas, ni una llamarada de odio hacia los que sí le odian, ni una amenaza contra sus torturadores. Ya lo había enseñado: Aprended de Mí que son manso y humilde de corazón.
  3. Sufre desinteresadamente a pesar de nuestra dureza de corazón. Si Yo hubiera venido sin hacerles oír mi palabra, no tendrían pecado, pero ahora no tienen excusa por su pecado. Quien me odia a Mí odia también a mi Padre. Si Yo no hubiera hecho en medio de ellos las obras que nadie ha hecho, no tendrían pecado, mas ahora han visto, y me han odiado, lo mismo que a mi Padre.

Sufre para que tú aprendas en la escuela del dolor, la escuela de la cruz. ¡Qué mal suena oír esto hoy que huimos de todo sacrificio y dolor! Como es inevitable que lleguen, tu sufrimiento, tu dolor, puede tener un sentido más profundo. Seguro que si escarbas un poco puedes encontrar la voluntad del Padre para ti: ¿para qué me puede servir esto, qué me querrá decir Dios con esto? ¿Crecer en alguna virtud, abandonar algún vicio, convertirme a Él?

4. ¿Por quién padece?

Por todo hombre. Desde el pecado de Adán todos nacemos con el pecado original. Todos nacemos y somos pecadores. Qué bien lo dice el salmo: Pecador me concibió mi madre. El orgullo fue la causa del pecado de Adán y de la ruina del género humano; por eso el Señor vino a reparar tamaña catástrofe con su humildad; por la desobediencia de uno entró el pecado en el mundo, por la obediencia de otro nos vino la salvación.

Jesús sufre la pasión por todos, vino a buscar y a salvar lo perdido. San Pablo se lo repite a Timoteo: Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Y aunque Jesús murió por la salvación de todos, es cierto también que algunos, quizá muchos, no se salven. El ejemplo de los ladrones es claro: uno se convierte y se salva, el otro se aleja de Jesús; un centurión le reconoce hijo de Dios, el resto le insulta y menosprecia.

La oferta está hecha, nos toca acogerla o rechazarla.

5. La Iglesia tiene también hoy su propia pasión

Está crucificado el Cuerpo místico de Cristo. Crucificado en las persecuciones, crucificado por el laicismo imperante, crucificado por las ideologías que buscan arrinconarlo en las sacristías (o directamente hacerlo desaparecer), crucificado por el relativismo que rebaja la importancia del pecado, y consecuentemente, de la redención. También está crucificado por las falsas imágenes de Cristo –o cuando menos parciales– que hemos construido en el seno de la Iglesia en las que ya no es el Dios encarnado el que salva, sino un edulcorado hombre bueno que nos trajo sólo un mensaje de amor y buen comportamiento (todos hemos oído expresiones del tipo: el hombre-para-los-demás, amigo, libertador de los pobres, revolucionario y subversivo máximo que ayuda a los pobres a derrocar todas las instituciones corruptas… sólo hay un mensaje moral, no hay una entrega para la redención del pecado; son acomodaciones del Evangelio a las ideas particulares o ideologías); es la anti-Pasión, la Pasión sin Cruz, la repetición de las tentaciones del Calvario: «baja, baja de la Cruz y creeremos en Ti».

La Iglesia se ve atacada por fuera y por dentro, aunque el enemigo sea el mismo; el problema es que los de dentro no nos hemos enterado de su acción y hemos sucumbido. Se han propagado la herejía y la heteropraxis (prácticas que tienden a quebrantar la fe, como la costumbre de hablar indiscriminadamente en la Iglesia y no arrodillarse, no mostrar ninguna señal de respeto por Jesús en la Eucaristía –no hay sentido de la sacralidad, perder el sentido del misterio–), y se ha eclipsado el verdadero sentido de la moralidad para destruir la fe o esclavizar en el vicio.

La Iglesia se halla en medio de su propia pasión, minimizada, perseguida y humillada; y ante eso muchos han cedido y por querer congraciarse con la sociedad ha perdido su sacralidad, su auténtico poder: el que viene de lo alto. La pasión de la Iglesia tiene que tener como verdadero espejo a Cristo. Si Él no cedió al chantaje y a la tentación, su ejemplo debe servirnos de modelo para no caer en esos mismos trucos de hace dos mil años.

En ese Viernes santo hemos de volver a Cristo, muerto por nosotros y nuestra salvación. Hemos de reconocer nuestro pecado para aceptar su redención. Hemos de ver su ejemplo de obediencia fiel al Padre sin querer congraciarse con sus acusadores para hacer nosotros lo mismo: fieles a Dios en espíritu de obediencia para amarle a Él y a los demás. Hemos de volver al Calvario para recuperar la esencia de nuestra fe. Hemos de amar la cruz como camino seguro de salvación.

Miguel Ángel Saiz
Vicario parroquial de santa María y san Martín (Briviesca)