Hoy las lecturas nos hablan de alegría y de gozo ¿por qué razón? Según el profeta Isaías porque Jerusalén se convertirá en el punto de llegada y posterior punto de partida de la paz, verdadera riqueza de las naciones. San Lucas concibe su Evangelio presentando a Jesús en camino hacia Jerusalén, es como ese río que va a desembocar en la ciudad santa del que habla Isaías; Jesús es la verdadera paz; todo en la vida de Jesús está orientado a Jerusalén y a los acontecimientos que allí sucedieron y que culminaron con su muerte y resurrección. Jesús es el príncipe de la paz y, en la última cena, así habla: “la paz os dejo, mi paz os doy”. Las palabras del profeta: Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, se cumplen en Jesús. Y esto es motivo de gozo y de alegría.
Pero hay más motivos para la alegría. El Evangelio nos presenta a los 72 que son enviados a preparar el terreno para la predicación de Jesús -como nuevos Juan Bautista-, y su posterior regreso con la alegría del que ha cumplido la misión encomendada tras haber visto las grandes obras realizadas por Dios gracias a su mediación. Si esto es grande, el mayor motivo de alegría nos dice Jesús, ha de ser el de que nuestros nombres estén inscritos en el cielo. La alegría, el gozo, nace de la fidelidad a la misión, de la humildad de saberse siervo y enviado, y no de ver los resultados satisfactorios de la obra encomendada. A veces el Señor nos pide como ofrenda sembrar sin ver resultados, ser esa lluvia fina que empapa la tierra y que en su momento germinará. Es una llamada a la humildad, al trabajo callado, al segundo plano, al no exigir resultados; el Señor sabe cuándo y cómo han de fructificar nuestros esfuerzos. Saber que tenemos que hacer las cosas porque somos siervos y uno solo es el Señor: Jesús. Esta experiencia es la que nos transmite también san Pablo: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
¿Y ser fieles es suficiente motivo para estar alegres? Por supuesto que sí. La fidelidad es un camino costoso porque exige humildad, y la humildad nos libera de la autosuficiencia y la soberbia que nos llevan a enorgullecernos de nosotros mismos, pensando que los resultados dependen de nosotros, de lo que hagamos, de lo que nos esforcemos, de lo que se nos ocurra… Cuando realmente la fecundidad de nuestras obras depende única y exclusivamente de Él. Viene, además, a traernos la paz. Quien ha hecho lo que debía hacer, ha trabajado en sentido de fidelidad al mandato divino, solamente espera el reconocimiento de su Señor, que le diga: “has sido un siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de lo mucho, pasa al banquete de tu señor”. ¿Pasar al banquete eterno no es motivo más que suficiente para estar alegres? Dicho de otro modo ¿tener nuestro nombre inscrito en el cielo no es motivo suficiente como para estar alegre y con el corazón en paz?
Apliquemos esta lección para cada una de nuestras actividades pastorales, encomiendas parroquiales, vida espiritual, personal y profesional. ¿No será que a veces caemos en la infecundidad porque nos buscamos a nosotros mismos y no trabajamos en sentido de fidelidad y humildad a la misión recibida?
Hay otra lección que quiero señalar brevemente. Cuando los 72 son enviados tienen un mensaje, una misión y un estilo: anunciar la proximidad del Reino de Dios, curar a los enfermos y transmitir la paz a los hogares y pueblos donde sean acogidos. ¿Qué pasa cuando no sean bien recibidos? No han de responder como Santiago y Juan “que baje fuego del cielo y los consuma” como leíamos el Domingo pasado, sino ofreciendo el mensaje: está cerca de vosotros el Reino de Dios. Aun cuando no seamos aceptados, hemos de ofrecer el mensaje; el celo por anunciar el Evangelio y que la gente se pueda acercar a las fuentes de la paz y del amor (a Dios) ha de ser más fuerte que nuestro aparente fracaso o indignación personal. Dios por encima de todo, y ¡qué mejor que ofrecer nuestra fidelidad a Dios en medio de las adversidades! Anunciar cuando todo son facilidades no pone a prueba nuestra fidelidad; anunciar cuando hay un rechazo o falta de correspondencia purifica nuestra intención, nos hace madurar, nos libera de la soberbia y autosuficiencia.
¡Y cuidado con rechazar el mensaje!, que también podemos hacerlo. La peor parte se la llevará quien rechace el Reino de Dios: “aquel día será más llevadero para Sodoma que para aquel pueblo”.
Alegrémonos porque de Jerusalén brota la paz que llega a nuestros corazones, paz que se incrementa cuando somos fieles a la misión que el Señor nos confía.
Miguel Ángel Saiz,
vicario parroquial de Santa María y san Martín (Briviesca)
Evangelio al que corresponde esta homilía