Jesús eleva y sublima la Ley de Dios

Jesús y la ley de MoisésUno de los valores que más apreciamos es el de la libertad; todos la ansiamos, la queremos, la echamos de menos cuando la vemos cercenada… Pero es también uno de los grandes misterios de la vida: ¿por qué la gente actúa como actúa y hace lo que hace…? Conclusión: la podemos utilizar para bien o para mal. ¿De qué dependerá, de la voluntad de cada uno o de algo más profundo? La libertad, como ya os he dicho más veces, tiene que estar guiada por la verdad y el amor. Son tres patas unidas para que podamos decir que está bien usada.

En la libertad hay una cara, que por desgracia y con demasiada frecuencia no queremos admitir y ocultamos: la responsabilidad -sobre todo cuando no es de gusto aceptar las consecuencias-. Ya desde el inicio de la Escritura lo vemos: Adán escurre el bulto, Eva echa la culpa a otro… Si hay libertad debe haber necesariamente responsabilidad; ¿dónde queda hoy la asunción de la responsabilidad? Esto es lo que se vive: sexo sin compromiso; poder, para uno mismo; cargos, para ocupar un sillón y tener unas prebendas (no un servicio). Tanto en la esfera privada como en la pública, entre famosos o anónimos… todos dicen hacer uso de la libertad, pero una libertad sin responsabilidad. Y a ese carro nos hemos sumado nosotros también.

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La libertad tiene que estar guiada por la verdad y el amor

Decía el inicio de la primera lectura, la del Eclesiástico: Si quieres, guardarás los mandamientos y permanecerás fiel a su voluntad. Él te ha puesto delante fuego y agua, extiende tu mano a lo que quieras. Ante los hombres está la vida y la muerte, y a cada uno se le dará lo que prefiera. Y el salmo: Dichoso el que con vida intachable camina en la voluntad del Señor.

Ante nosotros tenemos un camino impresionante: poder elegir; poder elegir con sus consecuencias, con su responsabilidad. Y para esto el Espíritu nos ha revelado una sabiduría que procede de Dios y nos permite adentrarnos en lo profundo de las cosas y orientar la libertad de elección para el bien, el amor y la verdad: una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria que Dios nos lo ha revelado por el Espíritu; pues el Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios.

Necesitamos educar la conciencia para tomar decisiones verdaderamente libres. De esto nos habla el Evangelio de hoy y el de los dos próximos domingos. ¿Qué hacer y por qué hacerlo? Son cuestiones que nos planteamos a menudo; a veces ya sabemos lo que hay que hacer pero no porqué. Jesús quiere que sus seguidores estén seguros en una serie de temas; a través de sus famosas antítesis: Habéis oído que se dijo… Pero yo os digo va a tratar temas relacionados con la violencia y la venganza, las relaciones con el prójimo, el matrimonio y la familia, la verdad y la mentira. Hoy son tres las antítesis que nos presenta el Evangelio: Habéis oído que se dijo: «No matarás», y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado … Habéis oído que se dijo: «No cometerás adulterio». Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón … Habéis oído que se dijo: «No jurarás en falso» y «Cumplirás tus juramentos al Señor». Pero yo os digo que no juréis en absoluto.

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Es necesario educar la conciencia para tomar decisiones libres

Son temas que nos llevarían mucho tiempo profundizarlos. Te ofrezco unas sencillas reflexiones, casi a vuela pluma. Jesús eleva y sublima la Ley de Dios. Si los hombres la habían complicado y malinterpretado, Él le da su auténtico significado y la hace más exigente al darle una interioridad y una extensión no conocidas hasta entonces. Jesús va a perfeccionar la Ley del Sinaí en cuanto a los mandamientos, 5º, 6º y 9º, y 2º.

  • Según los escribas y fariseos, el «No matarás» se refería tan solo al acto exterior del homicidio, pero Jesús va mucho allá, cortando la raíz misma de un posible daño al prójimo. El pecado no es tan solo matar físicamente sino el rencor, el odio, el desear mal al prójimo, el insulto, el desprecio; actos interiores que tal vez nunca llegaron a manifestarse en un acto de violencia, pero que han dañado la conciencia propia, nos debilitan y abren el camino de los actos.
  • La enseñanza sobre la infidelidad y el adulterio es doble. Por un lado afecta a la mujer, a la que devuelve la dignidad originaria; si las normas humanas habían hecho de la mujer una pertenencia más del marido y hacían de ella la pecadora y la provocadora, Jesús aclara que delante de Dios, tan culpable es el hombre como la mujer, tan pecador es él como ella. No hay dos morales distintas. Tan adúltero sería el hombre como la mujer en caso de infidelidad. Por otro lado, se prohibían los actos explícitos de la infidelidad, pero Jesús va más allá y ordena extirpar la raíz del adulterio, o sea, el deseo previo al acto. Lo malo es que nos gusta jugar con fuego, creemos que podremos parar y apagamos la conciencia que nos advierte del peligro, coqueteamos con la tentación… hasta que nos quemamos. Es lo que nos han enseñado siempre: evitar la ocasión de pecado.
  • En cuanto al divorcio Jesús vuelve a llevar al matrimonio a su primitiva santidad, condenándolo y declarando la indisolubilidad conyugal. Tema de máxima y rabiosa actualidad. La doctrina que nos transmite Jesús es que la unión matrimonial no es cosa simplemente humana: Dios tiene un proyecto para el amor humano y lo convierte en Sacramento: la familia es el fundamento primordial de la humanidad, la célula básica de la sociedad, y el divorcio contradice ese plan divino y destruye en sus raíces a la sociedad.
  • Finalmente Jesús nos invita a no tener que jurar jamás. Que la palabra del cristiano sea de tal transparencia y veracidad, que sea indiscutible y digna de confianza.

Unas pautas morales y una intención que harán del cristiano una persona verdaderamente formada, bien pertrechada para enfrentarse al pecado, un referente para la sociedad, aunque no exento de persecución, crítica e incomprensión. Pero a nuestro lado está el más fuerte, el que ha vencido, el Señor.


Evangelio al que corresponde esta homilía