Eres mi hijo amado

Sacerdote dando la bendiciónCon la cantidad de avances que hay hoy día, las personas del siglo XXI estamos llenas de miedos e inseguridades. Hay un afán de poner alarmas, seguros, protecciones… tanto en los bienes materiales (la casa, el negocio) como en otras, por ejemplo, al móvil, la cuenta de correo electrónico… Pero aun así nos sigue faltando la certeza de que vamos a estar seguros.

Esa inseguridad se manifiesta cada vez más en lo anímico y psicológico. Por eso, virtudes tan ponderadas antaño parecen haber desaparecido; ¿quién habla hoy de fortaleza, reciedumbre, valentía…? Parece que los valores universales no están de moda. Es un contrasentido; por un lado ansiamos la seguridad pero por otro no hacemos nada para encontrarla. Parece que todo lo ponemos en manos de cosas externas, cuando la verdadera seguridad en la vida la da el ser coherente con lo que uno cree y piensa, la conciencia bien formada, hacer las cosas cumpliendo las obligaciones y responsabilidades, profundizando en las motivaciones a la hora de actuar, etc.

Hemos caído en una trampa casi sin darnos cuenta. Quienes dirigen los medios, quienes van creando la opinión, saben perfectamente que para dominar las gentes y tenerlas controladas es mejor jugar con el miedo; una persona timorata y atenazada es más fácil de manejar y manipular. Tenemos que abrir los ojos…

Por supuesto que quien más seguridad puede darnos es Dios; y cuanto más unidos estemos a Él más paz y seguridad nos transmitirá. En este sentido son muy importantes las bendiciones.

Cuenta el escritor Henry Nouwen la emoción que tuvo cuando, en una sinagoga de Nueva York, fue testigo de la bendición de un hijo judío por sus padres: Hijo, te pase lo que te pase en la vida, tengas éxito o no, llegues a ser importante o no, goces de salud o no, recuerda siempre cuánto te aman tu padre y tu madre.

Parece que en estas latitudes han perdido un poco de importancia y de vida. Pero necesitamos ser bendecidos y saber que Dios está a nuestro lado. Los padres ya no bendicen a sus hijos. Las bendiciones litúrgicas han perdido su sabor original. Se nos ha olvidado que bendecir (del latín benedicere) es “hablar bien”, decirle cosas buenas a alguien. Y, sobre todo, decirle nuestro amor y nuestro deseo de que sea feliz. Las personas necesitamos oír cosas buenas. Entre nosotros hay demasiada condena, demasiados miedos, demasiadas palabras hirientes, demasiada desconfianza. Son muchos los que se sienten maldecidos, más que bendecidos; se sienten malos, inútiles, sin valor alguno. Y muchos que aparentan seguridad, no dejan de esconder sus miedos, bajo una capa de altanería.

¡Necesitamos escuchar palabras de bendición! Saber que somos amados a pesar de nuestra mediocridad y nuestros errores, a pesar de egoísmos inconfesables, a pesar de la soberbia desbordante o de la envidia que nos corroe. ¡Necesitamos escuchar palabras de bendición! Porque ¿cómo estar seguros de que somos amados?

Una de las mayores desgracias del cristiano occidental es haber olvidado, en buena parte, esta experiencia de fe: soy amado, no porque sea bueno, santo y sin pecado, sino porque Dios es bueno y me ama de manera incondicional y gratuita en Jesucristo. Soy amado por Dios ahora mismo, tal como soy, antes de que empiece a cambiar. Y es precisamente su amor lo que va a permitir el cambio, la paz, la fortaleza, la seguridad.

Los evangelistas narran que Jesús, al ser bautizado por Juan, escuchó la bendición de Dios: Tú eres mi Hijo amado. Esa bendición de Dios nos llega también a nosotros. Escúchala en el fondo de tu corazón: Tú eres mi hijo amado. Es importante para este nuevo año, sobre todo cuando las cosas se te pongan difíciles y la vida te parezca un peso insoportable. Recuerda siempre que eres amado con amor eterno.

Escuchar en el corazón estas palabras del mismo Dios: eres mi hijo amado, soy Dios tu Padre y te amo, nos llenarán de seguridad y de paz. Repítelas con calma y, si es en su presencia, mucho mejor. Soy amado por Dios, es mi Padre.

No dudes en pedirnos a los sacerdotes que te bendigamos a ti, a tu familia, a los hijos o nietos, a tus proyectos, a tu empresa, a tu vida, a tus imágenes o estampas de devoción… Pídenoslo, somos los mediadores de Dios para que te lleguen Su amor y Su bendición.