Al concluir el mes de Junio, mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, quiero que todos lo acabemos con un acto de consagración a su Madre y nuestra madre. Te presento esta oración para que la hagas ante una imagen suya poniendo toda tu vida a su disposición.
Virgen María, Madre de Jesucristo y Madre mía, postrado a tus pies, uniéndome humildemente a todos los actos de devoción y amor de todos los corazones que te aman en el Cielo y en la tierra, te venero y te elijo como Reina de mi corazón, guía de mi vida, Protectora, Abogada y refugio en todas mis necesidades espirituales y corporales.
Te ofrezco y consagro mi alma, mi corazón, mi cuerpo y todo lo que me pertenece. Deseo también que todos mis pensamientos, palabras y acciones sean desde hoy actos de alabanza a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Oh Virgen madre!, te entrego confiadamente mis deseos, propósitos y anhelos, y no quiero aspirar a nada que no sea conforme a la voluntad de Jesús, tu Hijo, y de imitar las virtudes que te adornan. Imprime en mi corazón una imagen perfecta de las virtudes del tuyo, a fin de que el mío sea un retrato vivo de tu Corazón inmaculado.
Hago el firme propósito de observar fielmente los mandatos de Jesús, de seguir tus maternales exhortaciones, de amarte tiernamente y de consolarte. Quiero también, en cuanto me sea posible, por mis oraciones y sacrificios llevar a muchas otras almas a hacer lo mismo.
Acéptame, Madre, entre tus hijos predilectos y en el número de tus servidores escogidos, privilegiados de poder colaborar en la preparación del triunfo de tu Corazón Inmaculado.
¡Oh Virgen Gloriosa!, que no abrigue otros sentimientos y deseos que los tuyos, y que no obre nunca sino lo que sea más agradable a tu Corazón Inmaculado. Amén.
Por desgracia se ha perdido en muchos casos estos actos de consagración personal a Jesús o a su Madre. Lo hemos considerado como algo del pasado, de una espiritualidad rancia y caduca. No quiero que nosotros los perdamos porque son una riqueza interior. La consagración nos predispone y nos dispone a vivir en plenitud de entrega. La nuestra tiene que ser una existencia eucarística y, para ello, la ayuda de María es imprescindible.
Haz de verdad, de corazón, esta consagración y verás cómo María se convierte en tu mejor aliada en la batalla y el crecimiento espiritual.