Concluye el año de la misericordia

Puerta de la Misericordia (Vaticano)Concluye el año de la misericordia. Da pena decirlo, pero es así. Concluye el año de la misericordia. Hay que ser más exactos: el año santo jubilar de la misericordia. No es un año más como tantos otros dedicados a reflexionar sobre un tema, como fueron el año sacerdotal o el de san Pablo o el de la fe. No. Este año santo tenía una perspectiva bien clara: la misericordia. En una doble dimensión: acercarnos a la fuente de la misericordia -a Dios mismo- y rogar a Dios que sea misericordioso para con nosotros y con el mundo entero, que cada vez se aleja más de él, y ser nosotros también misericordiosos como Dios mismo lo es. ¡Qué bonito entender este año desde esta perspectiva! De ahí la posibilidad de ganar la indulgencia y poderla aplicar por el bien de otros.

Al iniciar hace un año este recorrido el Papa nos propuso un objetivo: misericordiosos como el Padre. Un lema precioso que nos ha llevado a contemplar a Dios como Padre de misericordia sobre todo a través de Jesús, “rostro de la misericordia del Padre”. Hemos podido volver a descubrir a Dios como misericordia, convertir nuestra vida al Dios amor (misericordia); y una vez que Él ha transformado nuestra vida, hacer nosotros lo mismo: ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón, porque lo soy … vosotros debéis hacer lo mismo. Os he dado ejemplo para que hagáis lo que yo he hecho con vosotros (Jn 13, 12b.13.14b.15). Quiere tratarme con misericordia ¡y yo tengo que hacer lo mismo!

Como Iglesia hemos conseguido de Dios, un año de misericordia. ¿Para qué? En vez de actuar con justicia como sería lo normal ante nuestra dejadez y falta de arrepentimiento por los pecados que cometemos, el Papa con su iniciativa, ha conseguido ponernos en estado de vigilancia, de oración, de reparación por los pecados cometidos. Hemos repetido hasta la saciedad: Señor no nos trates como merecen nuestros pecados ni nos pagues según nuestras culpas, y Él que es compasivo y misericordioso ha perdonado nuestras culpas y pecados (Sal 103).

Durante este año la nuestra ha sido la experiencia, por ejemplo, de los salmo 79 y 103; léelos y medítalos, por favor. Hemos repasado de un modo especial las parábolas del hijo pródigo, del buen samaritano y de la oveja perdida. Nos hemos fijado especialmente en la actuación de Jesús, que en sus relaciones y en sus signos “lleva el distintivo de la misericordia. Todo en Él habla de misericordia”.

Hemos visto lo que ha hecho en el mundo y en nuestra propia historia. Lo hemos meditado y contemplado. Nos ha llevado al agradecimiento por tanto favor, hemos rezado bendice alma mía al Señor y todo mi ser a su santo nombre; bendice alma mía al Señor y no olvides sus beneficios. Él perdona todas tus culpas… (Sal 103,1-3). Y después de todo este recorrido, nos hemos tenido que preguntar ¿y yo qué?, ¿qué hago ahora? ¿Con quién tengo que mostrarme misericordioso? Me da la impresión que en muchos casos se ha reducido todo este año a recordar las obras de misericordia y poquito más. No está mal pero es muy pobre. Si nos hemos perdido todo lo anterior se nos ha escapado lo mejor. A pesar de todo, ¿con quién has sido misericordioso? Tenías que haber empezado por el más cercano y el que más te costaba…

Y ahora la puerta de la misericordia de cierra. ¿Te has parado a pensar en ello? ¡Hemos podido disfrutar de un año de puertas abiertas! ¡Dios ha abierto su corazón misericordioso! ¡Ha sido un torrente de gracia! ¡Un don inmerecido! ¡Un regalo del cielo! ¡Ha derrochado su misericordia sin pedirnos nada a cambio!, o casi nada: nuestra conversión. Pero ahora se cierra… Parece un “signo de los tiempos”, como si algo fuera a cambiar, como si Dios dijera: habéis conseguido por vuestra oración y perseverancia sacarme un año de misericordia (al más puro estilo de Abrahán con Yahvé por Sodoma: Gen 18,16-33), ahora vamos a ajustar cuentas… si habéis aprovechado el año santo estad tranquilos, no tengáis miedo; pero si lo habéis dejado pasar como si nada, aprovechad este tiempo y arrepentíos.

Tendremos que seguir implorando para que mantenga su favor y su misericordia con nosotros. Tendremos que intensificar nuestra oración y rezar con el salmista: Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; no te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor (Sal 25,6-7). Y por supuesto, recordar que os he dado ejemplo para que hagáis lo que yo he hecho con vosotros (Jn 13,15).