Hemos comenzado el Adviento. Estamos ya en la segunda semana. Así lo indican las dos velas encendidas de la corona de Adviento. Vamos avanzando hacia la celebración de la Navidad. Cada vez está más cerca el “cumpleaños” de nuestro Señor Jesús. Porque Él no es un personaje histórico muerto. Él está vivo. Celebramos su primera venida hace más de dos mil años, pero también celebramos y deseamos que siga viniendo a nosotros y a nuestro mundo tan necesitado de Él. Cada vez más necesitado de Él, a pesar de que cada vez parece que queremos prescindir más de Él.
Como unos papás que esperan con cariño la venida de su hijo y lo hacen preparando la cunita, y el cochecito y las ropitas que vestirá su hijo. Como la mamá que se priva de gustos y de comidas y de otros caprichos por el bien del hijo que lleva en sus entrañas o incluso tiene que sufrir con frecuencias molestias o tratamientos especiales porque el hijo viene con problemas. Como la Virgen María… así nosotros esperamos con emoción la venida de este Niño, de Jesús a nuestras vidas. Con Él viene la esperanza para nuestros desalientos, la alegría para nuestras tristezas, la fortaleza para nuestras debilidades, el amor que da sentido a nuestras vidas.
Y nuestra espera es una espera activa. Por eso vamos quitando de nuestras vidas todo lo que le puede estorbar, todo lo que puede ser “peligroso” para que Él pueda nacer en nosotros. Todo lo que es pecaminoso y sucio.
Y, por otra parte, vamos preparando un pesebre acogedor con nuestras oraciones, nuestros sacrificios, nuestra paciencia con los demás, nuestro perdón, nuestra limosna, nuestra buena cara, nuestro amor… Todo ello serán los pañales mullidos con los que se encontrará, los besos que le acariciarán cuando venga a nosotros.
¡VEN, SEÑOR, JESUS! ¡TE ESPERAMOS, TE NECESITAMOS!