Esta carta semanal tiene un sabor especial: el día 25 de Enero se ha celebrado el cuarto centenario del Sermón de la misión. Y es muy especial para una parte importante de nuestra comunidad parroquial: las hijas de la caridad de la muy querida residencia de ancianos. ¿Qué es eso del Sermón de la misión y por qué es especial?
Hace 400 años, san Vicente de Paúl tuvo una intuición espiritual. Al llegar al pueblecito de Gannes y tras hacer una confesión general a un pobre labrador en peligro de muerte que no se había atrevido en toda su vida a hacer una buena confesión por ignorancia o vergüenza, o por dejadez de los sacerdotes que apenas sabían unos latines básicos para leer la Misa y que jamás habían predicado sobre la necesidad de recibir el sacramento de la penitencia, una señora piadosa, conociendo la situación de pobreza religiosa, humana y material en que se encontraban esas pobres gentes del campo, le ruega que al día siguiente, un 25 de Enero, festividad de la conversión de san Pablo, predique en la parroquia del pueblo sobre la necesidad de hacer una confesión general de los pecados. Esto le hace pensar mucho a san Vicente. Es en ese momento cuando entiende que Dios le está llamando, cual nuevo san Pablo, a dedicarse a todas esas pobres gentes, que andan como ovejas sin pastor, a ser su apóstol entre los pobres.
Ese sermón del día 25 de Enero de 1617 es conocido como el Sermón de la misión. A partir de ese momento la vida del joven Vicente de Paúl, acomodada y palaciega, da un giro de 180 grados. Llega a la conclusión de que debe dedicar muchos esfuerzos a la formación de un clero degradado, a la educación cristiana de las pobres gentes a través de sermones bien elaborados (lo que luego serán las misiones populares) y a la organización correcta de la caridad para ser efectivos a la hora de ayudar a los pobres y necesitados.
Bien podemos decir que ese momento es el inicio de todo lo que después el Señor irá haciendo a través de él y que va materializando en diferentes fundaciones: los padres paúles, las hijas de la caridad y las organizaciones de la caridad –entre nosotros las voluntarias de AIC–.
Tenemos que alegrarnos de poder contar entre nosotros con continuadoras de una misión tan elevada. Hemos de saber valorar y ver la riqueza que supone tener entre nosotros a las Hijas de la caridad cuidando a los ancianos al estilo de san Vicente: desde la ternura, la delicadeza y la humildad. Quien se acerque a ellas descubrirá estas virtudes y muchas más.
A modo de ejemplo voy a contaros un detalle que viví hace unos pocos días; después de terminar la Misa una hermana me pidió que subiera a dar la unción a un señor que estaba agonizante. Ya el modo de entrar en la habitación fue especial: parecía como si entráramos en lugar sagrado; se acercó a él para ya no apartarse de su lado en los minutos siguientes, siempre acariciándole las manos, la cara, el pelo… en una de las mayores muestras de cariño y ternura que jamás he visto; le fue indicando que estaba el sacerdote y que íbamos a rezar por él. Después de confesarle y darle la unción, ella se quedó un buen rato diciéndole “Jesús te quiere, Jesús te ama, confía en Jesús”; se lo susurraba al oído una y otra vez. Bien puedo decir que eso es entregar un alma a Dios. Hizo vida lo que pedía san Vicente: “Al servir a los pobres se sirve a Jesucristo”; así trató a ese hombre, como si del mismo Cristo se tratara.
¡Cómo dignificó esa actuación la agonía de ese señor! Eso me ratificó la idea de que tenemos la suerte inmensa de poder contar con unas fieles hijas de san Vicente que cuidan a los ancianos con tanta dedicación y pasión, y los preparan para un bien morir; ¡eso sí es morir dignamente! (y no esas leyes que quieren imponer de eutanasia). Ver la dignidad de toda persona por enferma que esté. Es un hijo de Dios al que hay que ayudar en el momento final para que se encuentre con el Señor.
Desde aquí mi gratitud a las Hijas de la caridad de Briviesca: sor Ana, sor Francisca, sor María Luisa, sor Pilar, sor Isabel, sor Ane Miren y sor María. Recemos por ellas para que continúen con esa preciosa y valiosa misión.